En la noche del miércoles 8 de diciembre, un conductor suicida circula doce kilómetros en sentido contrario por la A-1 (Madrid). Doce kilómetros, la distancia del impacto. En un segundo,
tres vidas truncadas. La suya propia, el joven matrimonio. Hubieran de ser cinco vidas. Pero no era el momento, y un camionero en ruta,
sacó a los dos hermanos del coche en llamas. No se siente un héroe. No pudo dormir. Está echo mierda. Ahora le ponen
una medalla, siempre merecida, siempre. Pero que inútil la sentirá en la pechera, en cambio, sí el recuerdo de esos padres muertos, y siempre esos segundos que se estirarán en su memoria, y acudirán quizás todos los días de su vida.
No estuvo solo. Tres personas más le ayudaron. Habló con los medios:
"Ahora mismo estoy mentalizándome de que la vida sigue, y esto va para adelante, pero hay que joderse, lo poco que se tarda en perder una vida, es inexplicable"
"Fue imposible evitar lo que pasó, aunque no sé qué nombre darle al suicida". El lenguaje cede
. ¿Qué nombre darle? No es suicida, no, porque no se fue solo. Asesino, homicida. Pero hay algo más, esa aleatoriedad, esos doce kilómetros. No tengo la palabra.
(
"Pero aún no soy capaz de decirlo...", Maurice Blanchot)
Y ahora los dos hermanos. Ahora empieza su vida de nuevo. Puede que con sus abuelos. Alguien les tendrá que explicar lo que ocurrió la madrugada del miércoles 8 de diciembre, cuando un cajero depresivo, tras buscar la muerte doce kilómetros, se llevó por delante su coche, ya de vuelta de unos días de vacaciones.
Lo mejor y lo peor, el camionero y el cajero. Los dos hermanos. Hay que joderse, lo poco que se tarda en perder una vida, es inexplicable.