28.11.05

Un domingo

Un domingo en Madrid. El Museo del Prado abre sus puertas gratis. Las salas de la primera planta, Velázquez, están abarrotadas. Imposible acercarse a Las Meninas. Pero a su derecha me encuentro con el retrato de un enano, de un bufón de la corte, que me mira con sus grandes ojos. El cartel me habla de su profunda tristeza, de su dignidad. Me quedo mirando a los ojos a Don Juan, y sí, que tristeza en su rostro, la mía mucho menos solo en El Prado una mañana de domingo rodeado de turistas. Me escapo al Descendimiento de Roger van der Weyden. El lapislázuli del manto de la Virgen. Ella desvanecida, el rostro macilento. Las figuras saliéndose del cuadro hacia mí.

Antes de irme, Goya. Sobre todo el Goya de las Pinturas Negras, con las que decoró las paredes de su casa, la "Quinta del Sordo". Qué silencio en su cabeza, que sólo podría escuchar su voz interior, para pintar "El aquellarre", "Saturno", "El Santo Oficio". Me quedo un rato delante de "Perro semihundido". Qué extraño se me hace la ternura en la cabeza de este perro, pérdido entre tanta oscuridad, escondido, como recordándome que está fuera de toda estupidez y miseria humana.

Antes de volver, paseo por el Retiro. Ojas secas en el suelo, naranjas y amarillas, ocres, tierra, frío. Niños corriendo detrás de las palomas. El ronquido de Madrid amortiguado entre árboles sitiados de edificios, de contaminación sonora, lumínica. Aunque cierre los ojos está el ronquido de Madrid.