22.7.08

Post-Berlín (2)

La juventud es cuestión de tiempo.

17.7.08

Post-Berlín

Hay un ejercicio literario especialmente peligroso: el de la autenticidad. Desde que a uno le entra la realidad por los ojos o por la piel hacia el córtex, pasando por ese proceso de asimilación, hasta llegar a la verbalización, decirlo, decirse, pueden pasar muchas cosas. Entre otras, las palabras. Tantas pero tan angostas a veces, tan limitadas casi siempre. Luego está la etimología que me intenta convencer de lo contrario. Pero entiendo que el proceso en este caso es a la inversa, es decir, te sorprende el origen, la esencia de la palabra, pero no al revés. No tantas veces puedes decir: ésta es la palabra exacta. Siempre hay matices, siempre hay sombras. 

Auster habla de la escritura como un proceso casi biológico. Como si las palabras fueran haciendo la digestión en la realidad de las cosas, en nuestra intrahistoria. Vida personal, vida cotidiana+decirlo=literatura. O no. O estoy hablando de un diario. Desde luego entiendo que en todo retazo de ficción existen ese tipo de reflejos a la sensación vivida, dicha, expresada de una u otra forma. No se trata tanto de biografía (no necesariamente) como de sensibilidad y expresión. O experiencia sensible/vital y comprensión de ésta a través del lenguaje. Así entiendo a los que dicen que si no escribo me muero o me hubiera vuelto loco. Las palabras se van haciendo hasta que no te queda más remedio que vomitarlas. 

En realidad todo es mucho más sencillo. Se puede conocer así, de una pieza. Pero decirlo es otra cosa y entonces se juntan las palabras y este par de párrafos decididamente anómalos para estos días.